Cuentan en la revista Papel, que hay un sitio no sé lugar y de nombre La zagaleta, en donde si son las 3 de la mañana estás en la cama y se te antoja que al levantarte haya un pino de una rara especie canadiense plantado delante de tu casa, te lo consiguen. Y cuentan que generalmente ese deseo antecede al del día siguiente en el que en lugar de un pino canadiense optarás por un pino surcoreano.
Leía anoche que el papa francisco habla en una de sus homilías de la mañana (concretamente en la de 27 de mayo de 2013) sobre las riquezas que nos impiden acercarnos a “su jesus”: Una era la riqueza del bienestar y otra la riqueza de la provisionalidad. Achaqué a ese afán moralista desmedido del argentino la monserga matutina y me acordé de Fernando Savater y su reivindicación del hedonismo bien entendido tan contrario al complejo de culpabilidad cristiano por el placer.
Pensaba, como el progenitor de amador, que optar por el bienestar y por la insoportable levedad de encapricharse de las cosas tampoco era tan malo. Y que no hacia falta estar casándose constantemente in secula seculorum para saber del amor y en fin que los placeres eventuales también tenían su gracia. Pero es que igual Francisco se refería a esto de La zagaleta.