Creo que lo que mas le jode a Isaac Rosa es que para mucha gente el franquismo de los años 60 siga siendo Gracita Morales, las narraciones impostadas del No-Do y las victorias “amañadas” del Madrid. Un franquismo campechano y costumbrista; seiscientos, periquito y suegra; una tele, la nuestra, con dos canales y una mentalidad; el domingo a misa, el sabado casquete y luego la querida con un pisito en zona residencial.
“El vano ayer” es un libro que me ha gustado. Ganó el Romulo Gallegos que es uno de los pocos premios en los que confío. Este premio venezolano tiene en la actualidad la rémora que tiene todo lo bolivariano, es decir, que se entiende embadurnado de política de chandal. Y ciertamente es un libro militante, pero no por ello malo. Estaría en la linea de Gopegui, a mi modo de ver mejor que ella, es decir de hacer política desde la descripción de lo cotidiano.
Entonces, si decimos que el libro va sobre el tardofranquismo y que el escritor es indisimuladamente militante, (de hecho escribe en el diario.es) los que habitamos más a la diestra que a la siniestra deberíamos de ponerle el RIP en la página tres sin ir más lejos, pero no es así. Es un buen libro.
El libro va de metaliteratura. No se horripilen, ya saben mi animadversión hacia Vila-matas y el bolañismo campante. Es metaliteratura pero no empalagosa ni intensa. El autor nos habla del proceso creativo de la propia novela, de cómo se va gestando la viviencia de dos personajes que sirven de conductores (o de excusa) para lo que nos quiere contar.
Empieza en la anécdota, porque quizá sobre ello también vaya la novela. ¿Recordais la broma de Kundera? (si no la habéis leído ya tardáis) pues Rosa nos mete en un acontecimiento superfluo como una carga policial, una revuelta estudiantil y los datos difusos de dos personajes un profesor y un alumno que se encuentran quien sabe si por azar allí. A partir de este hecho el escritor, que nos habla con voz cruzada de autor y personaje, empieza a investigar, a suponer, o quizás a inventarse la vida de los dos.
En un principio se nos podría venir a la cabeza el salamino Cercas, pero a nada que seguís leyendo os dais cuenta de que no tiene nada que ver. Aquí se toma partido, no es un narrador-investigador neutro. Y como decía al principio, el autor tiene el objetivo claro de hacernos cambiar nuestra forma de ver el franquismo setentero como una comedieta de cine de barrio. Nos muestra torturas y disidencia; tristeza y crueldad, vidas privadas y vidas perdidas en el régimen o precisamente por el regimen.
Juega con voces distintas, a veces narra, a veces traslada notas de prensa, a veces entrevista a personajes, a veces diatriba con descaro. Se encasquilla en varios capítulos, (la gracia es que el mismo lo reconoce y lo pone). En otros puntos se empalaga, en algunos pierde la pinza totalmente… pero siempre dejando ver los rasgos de una novela trabajada y no como pudiera parecer falsamente una novela de impulso. Todo tiene lógica, todo encaja al final y acierta en un final cerrado perfectamente bajo la apariencia de un final abierto.
El autor quiere desarmar la imagen del franquismo Light de los últimos años, en esa idea, ahora de muchos, de hacer ver que la transición no es el trasunto desde una dictablanda a la democracia, sino la legitimación de unas elites franquistas dirigentes que se inventan la transición para consolidarse y dar el relevo a sus hijos (algún día hablaremos de Bourdieu).
Yo discrepo. Quizá la explicación esté en la poco compartida diferencia entre régimen totalitario y autoritario que expone con la maestría que le caracterizaba el profesor Ramírez (España 1939-1975. régimen político e ideología) pero eso son digresiones que nos desviarían del objetivo que nos convoca hoy que es la apostilla de un buen libro: El vano ayer de Isaac Rosa.