Los herederos de Labordeta, don Miguel, nos reconocemos fácilmente por nuestra mirada cansina, nuestra resaca de palabras huecas, nuestra sed de verbos sin sobrealiento y la añoranza de adjetivos en el umbral.
Nos guiñamos un ojo y nos sabemos sin decirnos; nos adivinamos estigmas candentes en el bajo vientre, nos intuimos en grupos de silentes agazapados bajo el fanal de la tormenta y rezamos espinelas a dioses ateos mientras las sombras deambulan como calaveras de niebla en esta ciudad sin mar.
Vivimos agazapados en nuestra Zaragoza tranquila y provinciana donde las sombras se escapan por los sumideros de las calles viejas. En esta Zaragoza que muere mirando el sol que escampa en el cielo gris de mayo.
¿Cuantos elefantes sin cabeza rodaron por los planos inclinados de nuestra infancia baldía? ¿Cuántos besos alimentaron nuestra adolescencia famélica? ¿Cuánto cierzo borró el recuerdo? ¿Cuántos falsos reyes se escaparon pisando los barbechos para no ser reconocidos al final de su reinar?
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Ya sé que es un estilo poético farragoso y pinturero, donde la belleza de las palabras es más fuerte que el sentido del verbo. No sé, es como si desaguaras de manera descontrolada el aljibe de versos que te inunda por dentro. Reconozco que a lo mejor es un escribir poco exportable, a veces cansino, pero os juro que al igual que el parrafo de arriba que escribí anoche, a veces lo necesito.
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Nos sucede muchas veces a quienes nos gusta leer versos sin mirar la marca ni el nombre de quien los firma; nos sucede a veces digo, que abrimos un título al azar en una caseta perdida de la feria del libro y nos reconocemos en ese lenguaje de niebla y bochorno interior que pintan algunos poemarios desconocidos. Es un peligro leer poemas anónimos en los dias de tormenta.
Así me pasó ayer viernes, cuando abrí al azar el libro Palabras rotas de Jose Antonio Conde de quien desconocía todo, hasta sus ganas de escribir.
Vuelvo en un rato le dije a la librera que desconfió de mi como se desconfía del sol de enero. Y al rato volví, cumpliendo mi palabra, a comprarlo. Te lo puede firmar el autor me dijo, que está aquí al lado. Y yo que escribo en pseudónimo, siempre me ha dado vergüenza reconocer las caras que se esconden tras los versos. Y el señor vino amablemente y me lo firmó.
Y así llenamos con libros nuevos la bolsa de papel de estraza y con frases sonoras y tristes las tardes alegres de este primer sábado de estío.
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Adjunto a la presente algunos versos robados sin permiso del poeta (como siempre si no quiere que los ponga los quito sin problema). Le doy las gracias, como miembro que soy de esta secta peligrosa de seguidores de don Miguel Labordeta. Es un libro precioso y preciosista y ahora con su firma un libro apreciado. Si quereis conocer más del autor os enlazo a una biografía que cuelga de internet
Es un secreto a voces, un amargo nudo en el viento, la triste mirada del padre en la celada, en el desvelo de la penumbra con el último abrazo, ese lugar donde quiebra el ascua, donde se rompen los incendios.
Las rapaces vuelan en círculo, a la vista de los huérfanos.
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Al amparo de lo esencial todo se desprecia.
Se desprecia la idea en el rastrojo, la mano centinela del arriero, esa boca crecida en otros brazos que anduvo sin tiempo de malcriar el trigo, También se desprecia la casa baldía, la flor del salario en la azotea, la diadema ennegrecida de la esposa
Se desprecia la pobreza en los indicios y el declinar de los farallos.