Yo estuve sentado en esa sala y si no es justamente en esa sala, que creo que sí, lo sería en otra parecida del Tribunal Supremo. Hubo un momento en el que empecé a tener claro que aquello no podía seguir y sin embargo, había algo en todo aquello que me subyugaba con la belleza inútil de la inercia. Ahora que está de moda el edificio del Tribunal Supremo por el juicio contra el golpe de estado de primero de octubre (que querencia y qué casualidad desde los GRAPO por esa fecha), digo que ahora, se me agolpan en la cabeza recuerdos que, como todos los recuerdos, vienen de la mano de sensaciones poco controlables y a veces lacerantes para mí.

Fue una tarde de otoño en una sidrería de la calle Arenal, correría el 99 o algo así. Estaba sentado en precario, inestable y no sé cómo me fui hacia atrás de la banqueta, quizás empujado por las excesivas escancias y no suficientes viandas y caí al vacío (de un metro) sin asidero posible. Ese fue el momento. Mis casi cien kilos de entonces resonaron en el bar con el peso del desencanto y la evidencia del fracaso. Salió de los excusados mi acompañante, tan rubia, tan brillante, tan amiga como para venir desde Zaragoza a la primera llamada en demanda de auxilio. (De hecho, esa misma noche nos casamos en la fuente que estaba cerca del Almendro, el bar en el que Ismael Serrano escribía canciones tristes; también lo hicimos varios años después con cura y monaguillo, pero esa es otra historia). ¿Te has caído? Me preguntó entre carcajadas. No, ya llevo bastantes meses en el suelo.
Desde entonces he renunciado a poner excusas a aquellos años, a buscar razón más allá de mi falta de capacidad o de trabajo (o las dos juntas) para no superar aquellas oposiciones. He renunciado a tenerlo como un paréntesis en mi vida, más bien lo contrario, fueron años de una intensidad intelectual y afectiva difícilmente repetible que he integrado en lo que soy. A veces sueño con aquellos pasillos del Supremo, aquellas salas preciosas, aquel recargamiento y postureo estético que admiraba con embeleso a la vez que balbuceaba temas mal aprendidos.
Es cierto, que hasta hoy la vida laboral no me ha ido mal del todo y eso ayuda a ver el pasado más edulcorado. Sin embargo, soy de la opinión, ahora en desuso, de que la capacidad de superar el fracaso y de superar el aburrimiento son virtudes todavía poco reconocidas y precisamente fracasar y aburrirse es una de las cuestiones con las que más se convive mientras opositas durante años. Mentiría si dijera que las horas de estudio no me robaron pedazos de mis veintitantos, pero también sería incierto si desestimara todo lo bueno que me trajo.
Es precisamente cuando veáis que ya no os aporta nada cuando lo mejor es dejarlo.Sobre todo, antes de verte tirado por los suelos piojo de sidra en el Madrid de los Austrias.“Si es que te tenía que haber dejado allí tirado, lo que me hubiera ahorrado” Dice todavía hoy mi todavía mujer.
Es precisamente cuando veáis que ya no os aporta nada cuando lo mejor es dejarlo.Sobre todo, antes de verte tirado por los suelos piojo de sidra en el Madrid de los Austrias.“Si es que te tenía que haber dejado allí tirado, lo que me hubiera ahorrado” Dice todavía hoy mi todavía mujer.