Si dentro de unos años me preguntan mis hijos ¿Qué pasó en aquellos dias del coronavirus y qué pensaba yo por entonces? probablemente les dé una respùesta confusa, seguramente ya entremezclada no con lo que realmente siento ahora, sino con la doctrina oficial con la que me bombardearán para borrarme la memoria desde la verdad oficial y la reconstrucción tendenciosa de los hechos.
Es posible que también me influya la conducta que tengan posteriormente los protagonistas actuales y que me condicione la visión de lo que hacen ahora. Es esa tendencia tan asentada en nuestra historiografía de calificar en retroceso: es decir, los que fueron luego malos nunca hicieron nada bueno antes y los que luego fueron buenos nunca hicieron nada malo (o hacemos todo lo posible por olvidarlo).
Es posible que también me influya la conducta que tengan posteriormente los protagonistas actuales y que me condicione la visión de lo que hacen ahora. Es esa tendencia tan asentada en nuestra historiografía de calificar en retroceso: es decir, los que fueron luego malos nunca hicieron nada bueno antes y los que luego fueron buenos nunca hicieron nada malo (o hacemos todo lo posible por olvidarlo).
Lo primero que les tendré que decir es que, al principio de aquellos dias, lo cotidiano, como siempre, robó el protagonismo a lo trascedente: las cuitas laborales, las obligaciones de pasado mañana, las dudas sobre si les estábamos dando a ellos la educación adecuada o preocuparnos por un futuro económico que hacía funanbulismo en el alambre de nuestros cincuenta y monopolizaban todas nuestras conversaciones. Todo tan importante como para no prestar la más mínima atención a que se estuvieran muriendo un puñado de chinos por una gripe mal curada.
Les contaré que estaba muy preocupado por presentar unos informes y unas justificaciones cuyos plazos finaban los 15 de febrero y marzo respectivamente y que requerían no solo de mi trabajo en solitario, sino también el tenerme que pelear con personas que me iban a ayudar tirando a poco y cuya doblez tendría que lidiar con una mezcla de guante de boxeo y seda. Que todo hacia prever un fin de etapa y que me tendría que reinventar dentro de mi empresa con lo peligroso, pero al mismo tiempo apasionante, que es recalcular la ruta a mitad del camino. Que su madre estaba viviendo un segundo impulso emprendedor como única salida para pasar de una estancia a otra de la empresa por el alfeizar del abismo. Y que ellos, en una inconsciencia atrevida, encaminaban su adolescencia entre la mediocridad escolar y una felicidad tan insustancial como envidiable de aquellos que toman el sol en la playa momentos antes de que se la lleve el tsunami.
Seré sincero, yo nunca pensé que fuera algo más que una gripe jodida. Pero que lo piense yo, no queda sino en mi más absoluta ignorancia, lo que fue más grave es que lo pensaran igual aquellos quienes tienen todos los datos para intentar evaluar con certeza las consecuencias y la responsabilidad para evitarlas. Pero como vivimos en un pais de aficionados, tertulianos de telecinco y juliaoterismo moral, prefirieron elucubrar en su buenismo ideologizado sobre sandeces varias y mi mujer y yo para qué negarlo, carpe diem, optamos por irnos a la playa y hacer un parentesis en nuestro trasiego laboral mientras los bichitos ya volaban por los aires.
Terminé con exito mi trabajo. Tomé constancia de poner fin a un par de decadas. Me peleé a medias, me reconcilié al rato; pasé el check list a mi mismo y a mi entorno y llegué a esa conclusión, que maduro ya desde hace años, de que ni la enfermedad ni la desgracia cambian a la mala gente en buena; pero al mismo tiempo, que merece la pena el riesgo de confiar en las personas buenas que son la mayoría y responden cuando se les necesita. Llamadme primaveras, pero prefiero a quien me agarra de la solapa que a los que andan de canto y sin mojarse; a los que se equivocan al solucionar problemas reales que a los bomberos pirómanos que se inventan problemas para fingir que los solucionan; a los que están en primera fila que a quienes engañan a los inocentes desquiciados para que vayan a guerras imposibles mientras ellos se guarecen en las trincheras.
Y justamente lo mismo pensaba cuando vi a los medicos hablar por la tele mientras los políticos se escondían. Y recordé al controvertido alcalde Giuliani, que la historia pondrá junto a Trump, pero que en los dias de los atentados lideró una ciudad como Nueva York. Y comparaba y veía como nuestro presidente de corchopán salía con cara de Arias Navarro a decir que íbamos a morir todos. Ahora sí, hace seis días no. Y se envolvía en banderas, patrias y aplausos desde el balcón. El recurso al patriotismo siempre es señal indubitada de que quien nos habla es un farsante.
Y luego vinieron la toma de decisiones a pequeña escala que a veces condicionan las grandes pero otras muchas solo son hojarasca al rebufo. Y de nuevo, pero en pequeño, se reproduce en los juegos y teatros laborales las comedias que por lo alto se escenifican en política y se empezó a subrayar la diferencia entre trabajar e ir al trabajo y muchas anécdotas más... pero de eso ya os cuento en el siguiente capítulo si quereis.
PD-. Sabeis que soy hipocondriaco. Me duele la cabeza y la garganta, no tengo fiebre, no toso, sí que estornudo, me toco el pecho. Pufffffffffffffff la hipocondria se me está comiendo, os dejo, me voy corriendo a tomarme un par de sobres de Frenadol.