Llueve, como llueven en los días de marzo, a medio tiempo,con una tranquilidad serena de domingo. Los periódicos sobre la mesa, haciendo tiempo para comer en familia. Volvemos de misa, donde el cura les ha contado a los niños con su acento afrancesado (camerunés más bien) que vale más mejorarnos que juzgar a los demás y tirarles piedras.
Llueve como llueven en los días de marzo. Mojando las calles con una primavera gestante y una sonrisa cansina. Alargando las sobremesas con conversaciones intranscendentes, viejas historias oídas mil veces y un carajillo que se convierte en tardenorche.
Oigo la voz de Buarque que es envolvente y nocturna junto a la de Carminho que es abierta y tan trasparente que duele, cantando una canción preciosa, recién descubierta, que probablemente hable de un amor triste y olvidado.
Llueve en esta hora de vermut y espera; de normalidad, porque se ha vuelto tan atípica la normalidad que a veces se nos mete un rio en casa sin darnos cuenta, y nos pasamos la vida desaguando lágrimas y esperando que un hombre llamado felicidad, llame vestido de carnaval, a la puerta.
Disfrutadla!